Es muy frecuente que los padres les enseñen a
sus hijos cuando están adquiriendo la lengua española que hay malas palabras.
Algunas de ellas son obvias, otras no. Lo que pasa es que a medida que pasa el
tiempo vamos creciendo y nos damos cuenta que algunas de las palabras
categorizadas como “malas”, en realidad no son tan “malas”. Es común que los
adolescentes se dirijan a sus amigos y hagan comentarios como este: “-Che, boludo, ¿viste la nueva peli que salió? ¡Me
morí de miedo!” Y sí: la palabra “boludo” pasó a estar dentro de la categoría
de las permitidas. Es más: no solo está permitida, sino que ahora no es una “mala”
palabra y es la forma en que ese adolescente llamó a su amigo. Si lo llamara por
su nombre de pila, tal vez esté demostrando un enojo o seriedad que no es
necesaria para el comentario.
También existen otras palabras que se vuelven malas,
como las que pertenecen al lunfardo de lo correcto y que se pueden usar para
hacer daño. Algunas son fáciles de detectar, como decirle “sos una gorda” a una
mujer que está luchando con su sobrepeso, y otras no tanto, como el jefe que
constantemente le solicita con palabras amables a su empleado que rehaga los
informes “porque no están lo suficientemente bien hechos”.
Algunas palabras salen de nuestra propia
conciencia y van dirigidos al propio ser. Un principiante que asista a una
clase de baile diciéndose a sí mismo “no creo poder aprender a bailar”, “no
tengo el cuerpo apropiado para bailar” o “no creo que pueda seguir los pasos de
este ritmo” son algunas de las variantes del discurso autoreferenciado y que lo anularan de antemano, sin
siquiera haber intentado aprender a bailar. Existen otros ejemplos más devastadores,
como el de algunos pacientes que llegan a consulta con una inhibición total
porque se declaran impotentes para salir de un problema o hacer frente a una
enfermedad dolorosa como el cáncer.
La realidad es la siguiente: todo lo que decimos a través del lenguaje,
tiene calidad de sentencia. Y en este punto hay que ser muy cuidadosos,
porque hasta el chiste (que generalmente versa sobre algún defecto de un
tercero, o de otro grupo de personas) puede resultar ofensivo y sentenciante. En
nuestra historia hay numerosos ejemplos: negros que fueron esclavizados (porque
no tenían alma y su piel era rara, demasiado oscura), judíos que fueron
aniquilados por ser el chiste de una raza defectuosa (según los nazis eran una
raza inferior), la comunidad LGBT que fueron privados largo tiempo de sus
derechos (porque son antinaturales y maricones), etc.
Estimado lector, le propongo algo:
- comience a hablar en positivo
- resalte las posibilidades y no las
imposibilidades
- anímese a tomar riesgos para crecer en lo
personal
- felicite a quien hizo algo bien
- felicítese y prémiese si Ud. hizo algo bien
Creo que de esta manera podemos empezar a
mejorar el uso que le damos a la lengua. La palabra se vuelve mala cuando la
intención de uso es mala. Tengamos cuidado, después de todo, como ya lo dije
antes: tiene carácter de sentencia.